02 junio 2011

Despido

El piso 12 aún estaba en construcción cuando subimos a verlo por primera vez. Apenas eran unas cuantas fuertes pilastras de hormigón que pretendían parecerse a lo que luego sería una planta de un edificio de oficinas moderno en la parte alta, al otro lado del río, donde este se despide de la urbe para marchar a regar viejos campos de vid y cereal. La memoria del proyecto del edificio decía que iba a ser referente de la zona norte y nuevo símbolo de la ciudad, si obviamos la torre de la catedral vieja, que observaba recelosa a lo lejos todo este corrupto desarrollismo urbanita. Era de un arquitecto famoso, y cada planta era diferente, en sus formas, en sus espacios, en el modo en que se iluminaba o le entraba la luz. "Era un cuerpo vivo" que nos iba a hacer a los trabajadores felices en su interior, muy al estilo feng sui y toda la tradición japonesa; iba a ser nuestra segunda piel, con su perfecto ph de hormigón, acero, cristal y otros materiales de nueva fábrica. A lo de segunda piel no le dí yo un verdadero significado hasta que subimos una segunda vez, y una tercera y una vez más...desde nuestra moderna planta sexta, Departamento de Recursos Humanos, ja, ja, ja...nunca vi departamento más inútil, pero gracias a esa vacuidad laboral, podíamos permitirnos nuestras escapadas, nuestros escarceos. Porque la planta 12, todavía sin construir, significaba poder fumar al aire casi libre y no tener que bajar por ascensores atestados de gente encorbatada; significaba que podíamos sentarnos con los pies colgando a ver la ciudad-hormiga bajo nuestros pies; significaba poder follar, entre polvo, materiales de construcción y siempre con el riesgo a ser pillados o con el deseo de que algún fondón albañil pudiera vernos desde detrás de algún rincón y luego lo contara al resto de la cuadrilla o a su mujer al llegar a casa al final del día: vouyerismo inverso.



El piso 12 iba a albergar la dirección ejecutiva, otro departamento dirigido por un completo inepto, un tal Herrera. Más de una vez imaginé mi despido por aquel pinchauvas, mientras un escalofrío de placer recorría mi espalda, recordando pasadas batallas lúbricas.



La terminación de aquella planta 12 hubiera supuesto enterrar en cemento y diversas formas geométricas, muchos buenos recuerdos, muchos suspiros, jadeos, brisas de ciudad en lo alto, risas, buenas conversaciones. No. No podíamos permitirlo. Y te tocó a tí. Tú último recuerdo sería mi cara, mis suspiros, mi placer y el tuyo, mis manos apoyadas en tu pecho empujándote. Yo cerraría fuerte los ojos y en unos cinco segundos todo habría acabado. Me recompuse la falda, la blusa y los zapatos y bajé al inútil Departamento de Recursos Humanos.



Tu muerte solamente retrasaría unos meses la terminación de la planta 12, los que duró la investigación de tu "suicidio". Lo mío sería con el tiempo un despido disciplinario porque el departamento de recursos humanos ha pasado a ser el más inútil de todos los departamentos y cuando me fue comunicado en el despacho del ejecutivo Herrera, no pude evitar lanzar un gritito, que mi piel se encrespara y morderme levemente el labio inferior.



1 comentario:

Pedro J. Sabalete Gil dijo...

Muy bueno amigo. Hay partes en las que a uno le afloran la permeabilidad de lo vivido. En definitiva la literatura es también una forma de hacer justicia.

Un abrazo.